Me canso de conducir y no amanece. Hace horas que entré en la autopista, todavía es de noche y en la oscuridad los kilómetros son suspiros envueltos en un bucle interminable. Atrás quedaron las grises dudas y los agrios sabores del desengaño, la traición, y la soledad obligada; esa que te golpea en el fondo del pecho y te desmonta como un castillo de naipes en una corriente de aire. Bad suena en el Auto-radio, tengo que parar en el área de descanso, ordenar mi mente, y luego dormir profundamente. El sueño me alejará a las antípodas de esta realidad, en la que cada minuto que paso en la carretera me envenena más. Necesito distanciarme, separarme de este muro de lamentaciones y empequeñecer a los personajes de esta comedia para percibir lo banal de la situación. Entonces, merecerá la pena. Paro… se me cierran los ojos. Me despierta el paso de un ruidoso camión, y la humedad que delatan mis pantalones no es onírica. No sé cuánto he dormido, pero estaba en la última