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Este jueves, relato: Testamento

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¿Se puede morir dos veces? ¡Sí, se puede! Yo lo he hecho, en consecuencia he podido dejar dos testamentos. La duda fue si dejaba uno diferente o el mismo que en mi primera muerte. Evidentemente tenía que ser el mismo, muerto no había tenido ocasión de aumentar mi patrimonio. A sí que, aquí estoy, para mi sorpresa, resucitado y de nuevo fallecido. Al menos he tenido tiempo para dejar una vez más el mismo... «Testamento en diez legados»: D ecía que me llamaba Jacobo, pero poco importa, cualquiera en mis circunstancias podría haber mentido. Mi pobreza, si que era real. Mal vestía con harapos sucios que en su día fueron un traje a medida. Mi edad indefinida, era la de un viejo que peinaba canas en una casposa y enredada melena blanca. Jamás fui prudente y ahora el frió y la calle, amenazaban con negarme la vida una madrugada cualquiera. Absorto, escribía con lápiz corto en las partes no impresas de un diario de izquierdas: —Por si acaso y para que no hayan dudas, ni disp

Este jueves, relato: La ventana indiscreta

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En el apartamento, la noche estrenada quedaba borrosa entre cortinas estampadas. A oscuras, jugué a levantarme y mirar a través de mi cámara. Me acerqué a la ventana y calculé el tiempo que faltaba para que, de nuevo, «aquello» se repitiese como cada noche. Solo unos segundos y ella me acompañaría en una ficción con el recelo del que sabe que el tiempo es limitado y que en el principio comienza la cuenta atrás. Imaginé en ese momento una escena de cine y encendí un cigarrillo. La primera calada se fundió en los cristales. El humo, sin avisar, dibujó mis ansias en la superficie transparente entre el visillo de tergal y la tupida cortina de cretona. Me vi perdido ante el cristal, mirando hacia no sé dónde. Era una dispersión que ya conocía de antes, sabía exactamente de qué se trataba. Extendí el brazo y acaricié la tela que, ondulada, me protegía del exterior. Note la suavidad de su fondo y el cuerpo de sus relieves, flores, lazadas, volutas sin fin que recorrían el tejido de un

Este jueves, relato: Convocatoria «La ventana indiscreta».

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Para este jueves proponemos una ficción descarada, atrevida, escondida. Un ejercicio de fantasía al más puro estilo « Hitchcock». ¿Qué vemos, o qué nos gustaría ver, cuando, a oscuras, miramos a través de nuestra ventana? La luz apagada y en las ventanas de enfrente la vida en plena efervescencia. Escenas de amor, violencia, cotidianas, sospechosas, insólitas, familiares... Juguemos  a ser L. B. Jefferies (James Stewart), el fotógrafo de la película de Alfred Hitchcock e inventemos desde la impunidad y la distancia una historia a medida de nuestra imaginación. Participantes: C am P I re L a m a R íA p ER l ada V I V ia n M Ó ni c A S a N M o Lí d el C an Y ER M o NT s e RR a t F a b iá N L eo N O r Y e SS y K a n M a ti C e S A m E R o S A na T ra C y D i V A de N O ch e C en S U ra S J a v ie R M I ró m i R A lu n AS M a M a C ec i d E M I u R g O A l F R ed O

Este jueves, relato. La escalera

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« Ojos que no ven, corazón que no siente». Ella sentía. Y olía. Cada mañana su despertar era un prólogo estimulante, una fiesta para sus sentidos. Juntaba ilusiones. Abría los ojos y, entre sombras, disfrutaba como lo hace una niña acariciando, sin ver, su primera muñeca.               No veía. Había aprendido a mirar y en esa permanente oscuridad, el resto de sus sentidos imaginaban en color. Y olía. Un giro suave, un golpe a traición, un bulto que desperezaba. Todo era una amable visión sintiendo como la naturaleza de su cuerpo simulaba dibujando una forma armónica. ¿Cuántos colores existirían que ella no había visto? ¿Y cuántos, cientos, que nunca verá? No era lo que sus ojos no veían lo que más le ocupaba, no tenía que indagar, divagar o imaginar. Su luz era de color azabache y su corazón la recibía como un tesoro por explorar en el fondo de su invidencia.       Y olía. Desde su casa, el camino al mercado, estaba a un paso que cada viernes hacía acompañada de

Este jueves, relato: El protagonista oculto... Una guerrera.

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Encarni es actriz. Hoy tiene rodaje.  Un rol dramático, como su vida.  Sale de casa apresurada, nerviosa. Ha conseguido maquillar los hematomas de su cara y, de nuevo, darle brillo a sus expresivos ojos. De camino al estudio se esfuerza por recuperar la normalidad. Ella es tierna, amable y apasionada con todo aquello en lo que cree; pero en casa... eso es otra historia, al menos hasta hoy. No sabe si, por fin, será capaz de cumplir lo que se ha prometido. Toma consciencia nada más gritar el director:        «¡Silencio, se rueda!». La primera frase de su partenaire, rebota en la madera del falso decorado simulando un golpe que la arroja al suelo:    « ¿Que me calle? Todas sois iguales. ¡Unas putas!». El limitado aforo, completo, contiene la respiración.  Encarni traga saliva e inicia el diálogo con la que es su réplica: «Si me vuelves a tocar me voy para siempre». Él le grita de nuevo, salpicándole el alma con una desbocada ira: «No te atreverás, si pon

Este jueves, relato: Soledades

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Soledad transgredida. Busco la soledad entre la gente.  La soledad elegida. La que reconforta y estimula. La que encontraba hace años al salir a la calle.  En el autobús.  En las terrazas.  En los pasos de peatones, incluso en el bar. Soledad, hoy hipotecada, perdida, vendida al diablo. Los espacios grandes o pequeños, abiertos o cerrados se han convertido en un inmenso, incómodo, incontable, irrespetuoso y universal locutorio telefónico. Gestos. Exclamaciones. Risas gratuitas. Gritos que intimidan y susurros que también. Al instante, uno se convierte, sin querer, en testigo de confesiones, planes, divagaciones, reproches.  Espectador —más bien auditor— de secretos, enfermedades, verdades a medias y mentiras enteras. La vida de otros en definitiva, que al mismo tiempo es la nuestra. Poco a poco, día tras día, año tras año, agresión tras agresión. La búsqueda de la soledad se ha convertido en una insufrible pesadilla. ¿ Dónde estás, querida  soledad ?

Este jueves, relato: Juegos de infancia

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Juegos en el barro. Mi calle era estrecha y larga. Tenía nombre de heroína y ambas, calle y heroína, fueron testigos de mis primeros juegos. Me veo en ella de niño. Descubriendo olores, compartiendo tiempos, haciendo amigos e inventando enemigos. Frente a mi puerta las casas se interrumpían y el sol colaba sus rayos iluminando las fachadas que iban del 60 al 68. Ese gran solar todavía no robado al campo era cuartel general de lagartijas, perros, gatos y alguna que otra gallina. Tengo tres fotos de aquella calle.  En una de ellas, agachado, lanzo una canica de arcilla marrón al aire: Chiva. Pie-bueno. Tute. Matute...  ¡Gua!. Calle de panas y boinas, delantales y alpargatas. Y barro, mucho barro, que despiadadamente nos dejaba la lluvia para enfado de mi madre. Al fondo un solar donde se interrumpían las casas y mi abuela, con la colada repartida sobre el confiado arbusto, recibía gratis el sol a través de linos, lanas y algodones. Yo, con ropa de ensuciar,

Este jueves, relato: Lo uno y lo otro.

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Abril 1960 Esa noche no aparecieron por casa.  Julia, Edu y él habían estado maquinando la forma de escapar de sus casas a la búsqueda de un mundo mejor. Uno que les permitiese hacer suficiente fortuna para sacar a sus familias de la miseria en la que se encontraban. La noche les sorprendió en un bosque cercano y decidieron descansar hasta la madrugada. El destino era improvisado, igual valía un autobús a Barcelona, un auto stop a Alicante o la bodega de un buque en dirección a Mallorca. Los tres juntos acurrucaron sus minúsculos cuerpos prometiéndose amistad eterna. Unidos para siempre. El miedo y la noche se unieron para darles la alternativa lejos de los suyos, del brasero bajo la mesa camilla y la bolsa de agua caliente, pero su decisión era firme y aquella promesa, para ellos, era un compromiso vital. Agosto 1980. Julia y Edu esperaban su primer hijo. Ella insistió en llamarle como a Luis al que, con la misma insistencia, propuso como padrino. Aquella mañana,

Este jueves, relato: Sentimientos encontrados en la Navidad

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Había decidido dedicar la primera hora de la mañana a comprar algunos de los regalos de Reyes. Eran mínimos. Solo unos pocos faltaban para completar mi lista de compromisos. Intuyo un principio de mañana tranquila, la hora es buena y el día todavía no ha hecho más que empezar. Alcanzo las puertas del gran almacén, recién abierto y al fondo veo la sección de música cuando empieza a sonar mi iPhone: —Escucha con atención, me da lo mismo que sea víspera de Reyes, necesito el proyecto, quiero algo para primera hora de esta tarde, ya sabes mi correo. Alterado y confundido llego hasta el mostrador de clásica, busco y pregunto por «La Traviata» de Salzburgo. —Lo siento pero acabo de vender la última —me responde la dependienta. Ya en la calle, en busca de la dichosa ópera  y al doblar una de las esquinas, me tropiezo con un indigente: —¡Dame algo para un café! Rastreo el fondo de mi bolsillo y al tacto reconozco una moneda de 2 euros, no quiero sacar la totalidad de ellas

Este jueves, relato: Pérdidas

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Semana de pérdidas perdidas. Hoy, primer día de mi ausencia me ahoga la melancolía y me desbordan los recuerdos. No quiero mirar atrás. Hoy, segundo día sin mirar atrás, perplejo en este nuevo amanecer, me lleno de pérdidas irrecuperables. No me caben más de las que me traje. Hoy, tercer día perdidas mis pérdidas me veo oscuro y gris, y no sé como iluminarme para encontrarme. Hoy, cuarto día entre nubes me visto de mentiras, me disfrazo de otro que se me parece, lo intento... pero no se lo cree. Hoy, quinto día de no ser yo, me circunda el amor. Sólo tengo que estrechar el círculo y hacerlo mío. Se me escurre, es de agua. Hoy, sexto día de llorar intento rehacerme deseando el deseo, pero el deseo es muy caro y no está a mi alcance. Hoy, séptimo día de renuncias me lleno de recelos y envidias gratuitas. Solo, llego hasta el horizonte, cruzo su puerta y me pierdo para siempre. Foto: Ibán Ramón  Encontrarás más pérdidas en el blog de Charo