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Este jueves, relato: Círculo vicioso.

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Mi círculo no es solo un círculo. Es un círculo con dos líneas rectas que se mueven aunque yo no las vea moverse. Dos líneas diferentes, no solo de longitud, que también. Una, la más larga, corre más. La otra, la menos larga, menos. La larga es más fina y estilizada y, si no fuera porque no la veo moverse, diría que es más ligera. La corta, gordita y mofletuda, afirmaría que, si no fuera porque no la veo moverse, es más lenta. Solo se mueven cuando no las miro, si lo hago quedan quietas, paralizadas, avergonzándose de que su movimiento las delate y el que las mira, que soy yo, descubra su dirección. ¿Hacia la derecha? ¿Hacia la izquierda? ¿Para arriba? ¿Para abajo? Mi círculo no es que sea mudo, que lo parece. Habla todo el rato con un s ecuencial , obstinado, incesante y continuo: «Tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, ti

Este jueves, relato: Testamento

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¿Se puede morir dos veces? ¡Sí, se puede! Yo lo he hecho, en consecuencia he podido dejar dos testamentos. La duda fue si dejaba uno diferente o el mismo que en mi primera muerte. Evidentemente tenía que ser el mismo, muerto no había tenido ocasión de aumentar mi patrimonio. A sí que, aquí estoy, para mi sorpresa, resucitado y de nuevo fallecido. Al menos he tenido tiempo para dejar una vez más el mismo... «Testamento en diez legados»: D ecía que me llamaba Jacobo, pero poco importa, cualquiera en mis circunstancias podría haber mentido. Mi pobreza, si que era real. Mal vestía con harapos sucios que en su día fueron un traje a medida. Mi edad indefinida, era la de un viejo que peinaba canas en una casposa y enredada melena blanca. Jamás fui prudente y ahora el frió y la calle, amenazaban con negarme la vida una madrugada cualquiera. Absorto, escribía con lápiz corto en las partes no impresas de un diario de izquierdas: —Por si acaso y para que no hayan dudas, ni disp

Este jueves, relato: La ventana indiscreta

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En el apartamento, la noche estrenada quedaba borrosa entre cortinas estampadas. A oscuras, jugué a levantarme y mirar a través de mi cámara. Me acerqué a la ventana y calculé el tiempo que faltaba para que, de nuevo, «aquello» se repitiese como cada noche. Solo unos segundos y ella me acompañaría en una ficción con el recelo del que sabe que el tiempo es limitado y que en el principio comienza la cuenta atrás. Imaginé en ese momento una escena de cine y encendí un cigarrillo. La primera calada se fundió en los cristales. El humo, sin avisar, dibujó mis ansias en la superficie transparente entre el visillo de tergal y la tupida cortina de cretona. Me vi perdido ante el cristal, mirando hacia no sé dónde. Era una dispersión que ya conocía de antes, sabía exactamente de qué se trataba. Extendí el brazo y acaricié la tela que, ondulada, me protegía del exterior. Note la suavidad de su fondo y el cuerpo de sus relieves, flores, lazadas, volutas sin fin que recorrían el tejido de un