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27 de mayo. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

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Su disfraz preferido es una globalización de remiendos. Un poco de todo, él es así: Algo de este, algo de aquel y, ya que se puede, por qué no todos a la vez. La cara siempre tapada para despistar y para asustar, dejando ver un hilo de luz a través del antifaz, dibujando unos ojos que persisten en la batalla hasta la claudicación del enemigo. Su boca, oculta, vomita sentencias que son derecho de autor de terceros que en sus labios pierden todo dramatismo, pero ganan en ternura. Al cuello, el medallón sagrado. Un pañuelo de pájaros y un escapulario de origen desconocido. Rodea su cintura con bandoleras, bufandas y una cinta fruncidora de la cortina que dábamos por  perdida. Es ahí, en la cintura, donde cuelgan las espadas de plexiglás, las pistolas de madera y un rallador de queso que ya no ralla. La capa del héroe, que sospechosamente parece un mantel recién planchado, cubre su trasero hasta arrastrar por el pasillo. Levanta la espada amenazadora y por arte de magia te co

Este jueves, relato: Los colores de mi silencio.

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Esta noche, entre sueños de verdad y pesadillas de mentiras, he visto los colores de mi vida. Alegres, vibrantes, luminosos con los que empecé a construir mi aventura. Grises, tristes, oscuros con los que la termino. Junto a ellos, con una fluidez aparente como algunos de esos colores, he inventado personajes amarillos, tiempos grises, lugares verdes, motivos negros y excusas malvas. Con un racionalismo académico, para variar, he ubicado fechas azules, amores blancos y desamores blancos también. Con una nitidez hipnótica he acariciado pieles cremas, pechos sonrosados, espaldas marrones y labios rojos. Cómplice con el silencio de todos ellos oigo su sonido callado que, dormido, recorre todo mi interior. Un libro multicolor con forro de celofán transparente, hojas satinadas en violeta y las cubiertas encuadernadas en charol magenta. Son las siete y el despertador no para de sonar. Me incorporo lentamente, abro los ojos y me recreo en mi recuerdo nocturno.  Lo he so

Este jueves, relato: Una fecha...

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¡Felicidades hijo! Todos los 20 de abril de los últimos cinco años, Abel, lo dejaba todo y a todos. Sumido en la tristeza emprendía un viaje a ninguna parte. Él solo, con sus recuerdos. Un viaje corto. 2 0 kilómetros en dirección norte. 20 kilómetros en dirección al infierno. 2 0 kilómetros en dirección a una realidad a la que no se acostumbraba y de la que dudaba si se acostumbraría alguna vez. Al llegar a esa curva, a 20 kilómetros de su casa, miraba al cielo buscando entre nimbus amenazantes un rayo de sol que llevase su apellido. Sus ojos, húmedos, no distinguían entre tanto algodón espeso y oscuro. Las primeras gotas le trajeron los últimos recuerdos. Todo era precipitado, la vida y la muerte en un abrir y cerrar de ojos. Complejas leyes antinaturales, decidían a cambiar el destino de unos pocos elegidos. La lluvia, de nuevo causa, efecto y testigo impertérrito, cinco años después vomitaba desgracia con el peralte cambiado. H oy, como el año pasado y los cuatr